lunes, 12 de abril de 2010

LA GRAN VÍA CUMPLIÓ 100 AÑOS... la gran avenida del siglo XX en Madrid.


No pudo ocurrírsele mejor nombre al viejo profesor, alcalde de Madrid, Enrique Tierno, allá por el año 1981, que el de “Gran Vía”, para denominar a una calle, con vocación de avenida, nombre que alejado de las veleidades políticas de cada momento, tiene el ánimo de perdurar y adecuarse a la grandeza de un espacio de la ciudad que es por y para todos con independencia de su ideología.



La “Gran Vía” hace honor a su nombre, por la notable escenografía arquitectónica que la compone como una variada sinfonía, extenso catálogo de la arquitectura de principios del siglo XX, donde encontramos dominante el historicismo neobarroco y clasicista con clara influencia francesa sobre todo en el tramo comprendido entre Alcalá y Red de San Luis, pero dónde también, surgen edificios, que empiezan a marcar la diferencia con su rotundidad y armónica pureza de líneas, donde la ornamentación no es simple superfluidad añadida, como bien ocurre con la obras de Antonio Palacios en la Casa Matesanz en el nº 27, o el Hotel Alfonso XIII en el nº 34 –justo enfrente-, en contraste con ese historicismo del Hotel Atlántico de Joaquín Saldaña en el nº 38,  el edificio de viviendas del nº 26 obra de Pablo Aranda, o el Edificio Metrópolis en la esquina con la calle Alcalá,  sin duda un ejemplo de ese estilo historicista neobarroco de inspiración francesa (bajo imperio) que construyen Jueles y Raymond Féurier en 1911..., un edificio precioso de gran sensibilidad a la luz, todo un hito arquitectónico del Madrid de la época, y que hoy lo sigue siendo desde su privilegiado emplazamiento, que sirve de puerta de entrada a la Gran Vía,  e incluso al centro mismo de Madrid, según nos aproximamos a él desde la Puerta de Alcalá, por la calle del mismo nombre.



Pero la Gran Vía, no sería lo que es sin el Edificio de la Telefónica, que tuvo el honor de ser el primer rascacielos de Europa, pese a que hoy, enmudezca comparado en altura con las nuevas torres de la Castellana, obra del arquitecto Ignacio de Cárdenas entre 1926 y 1929, en cuyo diseño se inspiró en los rascacielos que ya por entonces dominaban la línea del horizonte de New York o Chicago, con una composición de volumen y fachadas sobria, en la que destacan su torre y la sencilla ornamentación de aire barroco de su zócalo y balconada principal.



Donde empieza el tramo más moderno de la Gran Vía, a la altura de la plaza de Callao, encontramos otros dos edificios emblemáticos de esta calle, ambos imponentes no tanto por su tamaño como por su personalidad arquitectónica.

Por orden cronológico, citaré el edificio del Palacio de La Prensa, obra de Pedro Muguruza, casi contemporáneo del edificio de La Telefónica, que se construye en 1925, en un estilo neobarroco de influencia clasicista, donde el ladrillo, en contraste con las columnatas, balaustres, pináculos,  guardapolvos y molduras de ventanas, en blanca piedra artificial generan una agradable sensación cromática, donde además el marcado sentido vertical de su composición, rematando el eje central de huecos retranqueados en la fachada de la torre por medio de arco de medio punto roscado, unido a la superficies curvas cóncavas y convexas de sus esquinas, generan una agradable sensación de proporción volumétrica.



Y por último, otro de los iconos de la Gran Vía, en la esquina con Jacometrezo, el Edificio Capitol, construido entre 1931 y 1933, ya durante la Segunda República, obra de Luis Martín–Feduchi y Vicente Eced, que quizá como preludio de la pretendida modernidad y reformismo de la luego fracasada republica, es uno de los más notables ejemplos de arquitectura Art Decó, estilo a la vanguardia en su época.



La Gran Vía, especialmente en su tramo inicial, es uno de los conjuntos urbanos más homogéneos de la reciente historia de las ciudades europeas. A pesar de las particulares diferencias entre los proyectos, un mismo espíritu decorativo se manifiesta en sus fachadas, algo que bien plasmara en su cuadro Antonio López.




Arquitectos famosos en su época como Reybals, Mendoza y Ussía, Laredo, Cambra, Mathet y otros a parte de los que he citado, dejaron la pétrea impronta de sus diseños en los edificios que proyectaron para la Gran Vía.

Todos los arquitectos de la época deseaban trabajar en la Gran Vía. Conseguir allí una gran obra equivalía a salir en las primeras páginas de las revistas de arquitectura del momento, con toda la popularidad que eso traía consigo.


En aquellos años, el proyecto de La Gran Vía, fue para los madrileños como abrir un canal de navegación que comunicase Cibeles con la recién creada calle Princesa en el hoy barrio de Argüelles.  Es preciso hablar aunque sea en sentido literal en términos fluviales, pues al no tener Madrid un gran río, ni mar, se le ocurrió al urbanista y arquitecto municipal José López Sallaberry, hacer esta enorme excavación sobre el tejido urbano del apretado caserío provinciano y ramplón de Madrid, para insertar en él, que pese a todo ostentaba la condición de ser la capital de España, un eje que fuera referente para la modernidad, el desarrollo económico, comercial y social, de una ciudad como Madrid, que a comienzos del siglo XX era dinámica y pujante, y que empezaba a ser atractiva para los negocios.





Pero la Gran Vía, es mucho más que su traza y escena arquitectónica, es el quehacer cotidiano de su día a día y los muy variados individuos y personajes que la transitan, lo que hace de este bello escenario, un particular teatro de la vida.


Muchas veces desde bien joven, la he paseado, he compadro discos en el hoy desaparecido Madrid Rock, libros en “La Casa del Libro”, ropa en alguna de sus muchas tiendas de moda, tomado café en alguna de sus terrazas, y observado el trasiego de la gente, y los coches, desde la doble planta del Mac Donals de Red de San Luis, o el Pans and Company frente a la sede del Grupo Prisa, viendo el palpitar de la ciudad con su río de gentes diferentes, diferentes vidas, cada una con sus historias, como gotas de agua que van a fluir por un río que atraviesa Madrid. 


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