No podía haber surgido mejor metáfora arquitectónica que describa la situación que en nuestros días atraviesa España, que la de aquel simbólico edificio que lleva su nombre en la plaza homónima, allí donde termina la calle Gran Vía, pretendido símbolo y escaparate de la modernidad de aquel Madrid provinciano de la primera mitad del siglo XX.
El edificio España fue, después del edificio de La Compañía Telefónica, el segundo rascacielos que se construía en Madrid, sin desmerecer la referencia que merecen, las más modestas cotas de la torre del Palacio de La Prensa en la plaza de Callao.
Rascacielos que fue el más alto de Europa en su época, época en la que España estaba bien lejos de estar a la cabeza de casi nada respecto del resto de países europeos, que se beneficiaban de la ayuda norteamericana en la segunda posguerra, mientras la España de Franco aún en la autarquía, se contaba entre los países más pobres del continente, arruinado, tras una guerra que asoló el país.
De estilo clásico y toque moderno, inspirado en los rascacielos de la denominada "Escuela de Chicago", combina el ladrillo, tradicional en la arquitectura madrileña, con los chapados y molduras de blanca piedra caliza.
Vacío desde 2007, el edificio ha cambiado de manos varias veces en estos menos de diez años, víctima de la crisis y de la especulación inmobiliaria de algunas entidades financieras, para terminar en manos de un magnate chino, que se plantea su rehabilitación integral, para convertirlo en un hotel y más de trecientos apartamentos de lujo.
Devolver a uso el Edificio España, encuentra en la complejidad técnica de su rehabilitación, una reestructuración, que lejos de ser tal cosa, supone de facto su práctica demolición. La realidad técnica que supone el proyecto del magnate chino, a juicio de los profesionales técnicos que le asesoran, chocan con la sensibilidad de la ciudadanía madrileña, pues no en vano, se trata de uno de los edificios más simbólicos de la ciudad, un icono para Madrid.
Pero la situación del Edificio España, no puede tener más oportuno paralelismo con el país que le da nombre. En apariencia un edificio imponente, de aparente modernidad con un toque barroco, reminiscencia de un pasado de mayor grandeza, que se ha pretendido emular. Hoy un edificio vacío, demolido y hecho escombros de puertas para adentro, necesitado de una profunda reforma estructural, que al igual que al país, parece no llegarle en su más oportuna manera.
Nadie podía imaginar, que el imponente inmueble, de sólido aspecto, no tuviera más alternativa que su práctica demolición, incluidas sus fachadas frontales y laterales, donde reside lo más simbólico y representativo de su impronta en el skyline madrileño. Una fachada de rascacielos, que por sí misma, a tenor de su altura, no tiene capacidad portante.
El diseño, los materiales y las técnicas de construcción de su época de origen, de mala calidad según los técnicos de un magnate chino, marcan su durabilidad, al extremo hoy de agotarse; y es que, como le pasa al Edificio España, el país también necesita de una rehabilitación integral, aunque no tan profunda como para hacer tabla rasa en su solar, y reconstruir emulando lo precedente.
La cuestión con el edificio España es... ¿tan profunda ha de plantearse la rehabilitación del simbólico edificio, como para valorar la demolición casi completa del mismo?, ¿a caso no sería posible esa rehabilitación y adecuación a nuevos usos de sus plantas, dejando la envolvente de la fachada y la estructura interna del edificio, consolidando y reforzando sus partes más endebles, y adecuando aquellas otras que no comprometan las estabilidad del conjunto al nuevo programa de necesidades...?.
Pero es la fachada lo que preocupa a nuestras autoridades, que permitieron vaciar su volumen interno al cambiar el grado de protección que tenía el edificio, sin reparar, en que por su naturaleza estructural, tal cosa no sería posible.
El aspecto que pretendemos dar a los demás, siempre ha condicionado el comportamiento de los españoles como sociedad, al igual que la honra o el prestigio como señalaría Lope de Vega y otros autores del siglo de Oro literario de aquella España decadente del siglo XVII. Somos dados a aparentar incluso lo que no somos, sin reparar, en que los cimientos de la casa, su estructura y aun cómo se distribuyen los espacios entre quienes la habitan, son tan importantes como las fachadas para los moradores de ese gran "Edificio España" que ha devenido en una especie de Trece Rue del Percebe en el que vivimos todos mal avenidos, configurando el país que intentamos seguir siendo.
Me vienen a la memoria esos versos de Quevedo, consciente de la triste historia de un país que parece condenado por los tiempos a repetir su drama de crisis encadenadas, que hacen de los tiempos prósperos, excelsa rareza del drama histórico que acumula España, del que es alto monumento hoy, testimonio de tan triste evidencia, el "Edificio España".
Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía. Salime al campo: vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa: vi que amancillada de anciana habitación era despojos, mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. Francisco Quevedo |
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