martes, 22 de mayo de 2012

ADIOS YAYA... NO TE OLVIDAREMOS NUNCA.



Todavía me parece mentira estar escribiendo esto, pero lamentablemente, mi abuela, AMADA MONTERO RUÍZ, nos ha dejado.

Siempre se ha dicho, que hay abuelos de abuelos, y abuelas de abuelas... ¡y es verdad!. Los queremos a todos, pero los y las hay que son especiales, que nos marcan la vida...

Ese ha sido el caso de "LA YAYA" como a ella le gustaba que la llamáramos sus nietos. Tenía un nombre muy bonito "AMADA"... y efectivamente, siempre le hizo honor, porque nos quiso muchísimo y nosotros la quisimos también tanto o más a pesar de los sinsabores que genera el devenir de la vida.

Era nuestra abuela más cercana, vivía una calle más arriba de la nuestra... en nuestra infancia la casa de la abuela, era el lugar donde más tiempo pasábamos... porque estaba ella, y en su calle, vivían muchos de nuestros amigos de la infancia. Era época aquella de los años 80 y primeros 90 del pasado siglo, en la que todavía jugaba en la calle una gran chiquillada... mientras que la abuela en el verano, sentada al fresco de la tarde con el resto de sus vecinas nos echaba un ojo.

Para mi, la abuela, era "mi yaya"..., ella me trajo en 1984 a San Fernando, me empadronó y escolarizó, a la espera de que llegaran mis padres a nuestra nueva casa aquí. Pero en realidad, desde que nací, estuve más en su regazo que en el de mi propia madre...

De niño, muy niño, cuando vivía en Bilbao con mis padres, el día que venía la abuela de Madrid era una fiesta para mi... ¡¡no sé que tenía ni que me daba aquella mujer, con su voz de sonoro pitido, sus besotes y sus apretones...!!, pero se ganaba a casi todo el mundo. Tanto es así, que el día de antes, que se volvía a San Fernando, la mera noticia de su marcha a mi ya me ponía triste.

Hoy se ha marchado ya para siempre, el niño ya hombre, pese a la templanza que se supone da la edad, no ha podido evitar ponerse triste, porque sabe que su marcha es para siempre... y por ello, lo congoja, difícilmente disimulada de aquel niño ya adulto, es doble, triple... no tiene fondo.

Con los años, y las obligaciones del trabajo, se pierde la asiduidad de la visita a la abuela, más, desde que te independizas y te marchas a vivir un poco lejos... cuando vivía en casa de mis padres, raro era el día, que no me pasaba por la casa de la abuela. Bien para verla, para coger la bici mientras me decía que tuviera cuidado y no volviera de noche... Cuando vives solo, vuelves del trabajo... y ya no tienes tiempo para ir a diario... aunque, sabes que todavía la tienes en su casita de la calle de La Fragua 34, con la seguridad de ir a verla cuando quieras, porque ella, siempre te recibía con los brazos abiertos, y si llegabas por la tarde, te ofrecía de merendar.

Con ella hablabas de todo..., y ella se preocupaba por todo, aunque no lo hiciera notar.

Con la edad, se volvió más frágil, y a raíz de su enfermedad del corazón, por la fatiga que le imponía, más desganada, hasta el punto de no poder salir de casa... y ella, se aburría, se sentía sola, se le hacían cortas nuestras visitas y con duelo de mi corazón, se quejaba de que no la íbamos a ver tanto como antes.

Yo sabía que racionalmente, que mi abuela, en razón de su edad, y de lo que padecía desde hacía poco, pronto se marcharía... pero, cuando se quiere tanto a alguien, es imposible racionalizar su pérdida, porque la razón dice una cosa, pero el corazón la niega.

Hoy de mañana, se despertó temprano, poco habitual en ella, porque se sintió mal... e hizo llamarnos a todos. Nos falto tiempo por rápido que acudimos, pero cuando llegué ya se había marchado... Se había marchado una nublada y fresca mañana de primavera en el mes de mayo, y con ella, se llevo un trozo de nuestras almas, un trozo grande, que es el hueco que nos ha dejado, por el cariño y devoción que le teníamos.

No puedo negar, que escribo estas palabras con un enorme pesar y tremenda congoja..., sepan disculparme ruego, no es debilidad, sino un dolor inmenso que no puede evitar salir por algún lado, porque es propio de la dignidad humana sentir tales cosas.

Sirvan pues estas palabras, de emocionado homenaje y a dios, así públicamente manifestado, a una de las personas que yo más he querido y que más me ha querido en esta vida, desde el inmenso dolor que me ha supuesto su pérdida.

A DIOS "YAYA" NO TE OLVIDARÉ NUNCA...
ESTÉS DONDE ESTÉS SIEMPRE TE LLEVARÉ CONMIGO

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