miércoles, 3 de febrero de 2010

REFLEXIONES DE UN ESPAÑOLITO SOBRE "LA CRISIS DE ESPAÑA"



Por primera vez en toda mi vida, siento una honda y fundada preocupación por la futura estabilidad y prosperidad de nuestro país, y por consiguiente, de la mía propia.
 
A la natural confianza y optimismo que incluso hoy me resisto a perder, por entenderlo una necesidad en las circunstancias en que vivimos, se oponen los adversos acontecimientos que se suceden en el ámbito económico y social de la vida en nuestro país que propicia la profunda y desgraciada crisis en la que nos encontramos y que nos toca afrontar, y que en el caso de España, está adquiriendo de manera progresiva unas proporciones que nos lleva a replantearnos seriamente la sostenibilidad de nuestra economía, modelo productivo y de desarrollo; y por consiguiente, el mantenimiento del estado de bienestar del que hemos disfrutado y que nos ha permitido vivir en una sociedad más justa e integradora, en los términos que al menos ahora lo conocemos.

Las razones de la crisis mundial son diversas, profundas, complejas y plenamente estructurales.

A la crisis financiera global, se une la crisis geopolítica producida por el desigual desarrollo humano entre regiones del mundo, así como la crisis económica, social y por consiguiente de valores éticos y morales, que tiene también con ello su reflejo en la clase política.

Una sociedad que se enfrenta a la necesidad de buscar la forma de coexistir en equilibrio en un mundo de recursos finitos e irregularmente distribuidos, en el que es inconcebible un modelo de crecimiento económico exponencialmente continuado, que ya el sentido común de cualquiera con un mínimo de información, pronto adivinará como imposible, teniendo en cuenta los recursos naturales y medios tecnológicos de los que disponemos hoy, y de nuestra propia capacidad para adaptarnos como sociedades desarrolladas y tecnológicamente avanzadas.

Hemos conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial un periodo más o menos sostenido de crecimiento económico y progresos sociales, científicos, técnicos y tecnológicos que han posibilitado un progreso de la civilización humana a escala planetaria sin parangón, en un periodo de tiempo tan corto de la historia, que los cambios habidos han alterado de manera cierta y verificable no sólo nuestras sociedades y forma de entender y concebir el mundo y la vida que en él se desarrolla, sino el propio equilibrio biológico y ambiental de nuestro planeta, cuanto no menos, para generar disfunciones graves en nuestro modelo económico y social como la que padecemos ahora con esta crisis.

Se impone la necesidad de un cambio en nuestra mentalidad y modo de vida en la que seamos más honestos, austeros, productivos y responsables; y eso es algo que tenemos que hacer todos y cada uno de nosotros en todas las facetas de nuestra vida desde nuestro cotidiano quehacer diario; y por supuesto, exigir iguales actitudes y aun más comprometidas en los valores a los que indirectamente me he referido a nuestros responsables políticos. Sólo una sociedad responsable, honesta y exigente, es capaz de dar paso a una clase política de cualidades análogas a esas con una clara vocación de servicio al interés general.

Tengo la extraña sensación de saber que pertenezco a esa generación a la que, sin ser todavía conscientes de ello ni de qué manera afrontarlo, nos va tocar la difícil tarea de empezar a caminar el accidentado sendero hacia el propósito de intentar cambiar las cosas positivamente, sin caer en los utopismos del pasado que arraigaron estérilmente en la juventud de otro tiempo no muy lejano, sino con un profundo sentido pragmático, del deber y del trabajo, desde el cotidiano día a día, en un anónimo esfuerzo generoso y necesario, cuya generosidad colectiva entendida como la suma del esfuerzo personal de todos y cada uno de nosotros, sólo podrán apreciar las generaciones futuras, si tenemos la suerte de que las cosas nos salgan colectivamente bien, sin perder la esencia positiva de aquello que caracteriza a nuestra sociedad como libre, plural y democrática.

Como diría el viejo poeta autor de “Campos de Castilla”:

“”Caminante no hay camino, se hace camino al andar…””

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