Ayer Gaspar Llamazares, portavoz del IU en sede parlamentaria, resucitó el “¡No a la Guerra!”, bajo cuyo eslogan se situara también Zapatero cuando hacía oposición al gobierno del PP siendo presidente José María Aznar.
Con un “¡quien le ha visto le quién le ve señor presidente!” Llamazares, exaspero a Zapatero, que dedicó casi todo su tiempo a replicar la intervención del portavoz de IU, que mantuvo invariable su oposición a la intervención de España en el conflicto de Libia, como también lo hiciera con el de Irak y el de Afganistán.
Llamazares recordó al presidente que los españoles son mayoritariamente pacifistas, tal como él lo era, cuando estaba en la oposición.
Puso en evidencia en que las verdaderas razones de la intervención en Libia respondan “exclusivamente” a razones humanitarias, señalando, que hay 32 países en el mundo donde también se dan situaciones similares, sin que por ello, la comunidad internacional decida el uso de la fuerza en defensa de la democracia y los derechos humanos, sencillamente porque ello nos llevaría a un escenario de conflicto mundial.
Llamazares, apuntó más a intereses políticos y geoestratégicos, más en la línea del interés de algún país (Francia) por encauzar los regímenes políticos en el norte de África a lo que más acomoda a sus prioridades estratégicas, con relación al suministro energético de petróleo y gas al sur de Europa, y su proyección estratégica en el Mediterraneo.
Y es que Llamazares en esto tenía parte de razón la cual expuso poniendo en cierto compromiso a Zapatero en contraste con su pasada posición cuando era oposición, refiriéndose tambien a la incoherencia de vender armas a Gadafi para luego declararle de facto la guerra cuando siendo un dictador las usa para reprimir las demandas de libertad de su pueblo… ¿desde cuando los dictadores son amigos de las libertades democráticas?, ¡nos extrañamos del uso que esté dando a ese armamento que le vendimos!.
Apuntaba el señor Llamazares, que había medidas más eficaces como el embargo de cuentas y de armas, el aislamiento político internacional, antes que embarcarse en una aventura como esta. Si bien es cierto que hay una resolución de la ONU, que da amparo a la intervención, ésta, hasta el momento, no se ha producido en el marco de la OTAN, que es lo que vincula en materia de compromisos a España, entre otras razones, porque países miembros como Alemania o Turquía, no estaban de acuerdo. Fuera del ámbito de la OTAN, España no estaba obligada a participar en coalición internacional alguna por mandato de la ONU, pues cada país es libre de hacerlo o no.
Pero como bien se dijo, ha sido decisión de Zapatero, colocar a España, entre las potencias aliadas que se han sumado a las operaciones militares contra el régimen de Gadafi en Libia.
Rajoy, no desaprovechó la ocasión, para dar a Zapatero un “guantazo” (con suave guante de seda blanco), en que le vino a decir, que “ellos no son como otros” y que no será por ellos que nuestros socios y aliados digan que la palabra de España es vacilante, o “pendulante” conforme a lo que le interesa, dando a entender con ello, que la posición de la política exterior de España, que corresponde al gobierno, no puede ser usada como “moneda de cambio político” con intereses partidistas.
La realidad es que, aunque Llamazares lleva mucha razón, España, en su papel de potencia de 3º orden (por detrás de Francia, Alemania o Gran Bretaña que son de 2º orden), tiene en el marco de sus acuerdos internacionales (UOE, UE, OTAN…), una serie de intereses y compromisos comunes con el resto de países que son sus socios y aliados, y al amparo de los cuales, ve reforzada su posición política internacional. No parece razonable, pretender que siempre sean otros los que se impliquen, beneficiándonos de la pertenencia a ese club, sin aportar nada, o menos de lo que se esperaría de un país como el nuestro que cuenta con la 6º armada naval del mundo, la 8º fuerza aérea por medios y efectivos con unos 650 aparatos entre aviones de caza, bombardeo, y transporte con cazas punteros como los F-18, Mirage F1, Eurofighter… eso sí, solo que con muy limitados recuros económicos para movilizar y desplegar esos medios en misiones de combate.
Ocurre no obstante, que en el caso de las operaciones contra el régimen Libio de Gadafi, tanto la comunidad internacional en general, como la UE y EEUU en concreto, han tenido un papel bastante ambivalente y vacilante, eso sin obviar las relaciones casi amistosas mantenidas con este dictador, antes de que estallaran las sublevaciones populares supuestamente democráticas en el mundo árabe. En este sentido es evidente que las potencias occidentales, lo que han estado es a la expectativa, para alinearse y hacerse amigos del nuevo orden resultante, pero ocurre, que Gadafi en Libia, no estaba tan acabado como algunos pensaron, y algunos (Francia) se apresuraron a reconocer gobiernos rebeldes, creyendo que si en Egipto se había logrado la caída de Mubarak, lo de Gadafi en Libia, sería más fácil. No tuvieron en cuenta, que a diferencia de Egipto, el líder del régimen Libio, no dudaría en usar la fuerza a su alcance para mantenerse en el poder a toda costa, pues en ello le va la vida y estatus a él y a su familia.
Si el objetivo de la operación alidada es evitar que Gadafi no use toda su fuerza para reducir a los rebeldes prácticamente sitiados en Bengasi, es plausible que tengamos un escenario de inestabilidad sostenida en Libia durante mucho tiempo, con una guerra civil de desgaste entre ambos bandos, pues está claro que derrocar a Gadafi, implicaría una intervención militar mucho más amplia y costosa, y desde luego, ni los EEUU, ni las potencias occidentales están por la labor, saliendo –si es que salimos de la crisis de 2008- y metidos ya en otros escenarios de guerra, como Afganistán o Irak, donde no se sabe muy bien que se ha conseguido interviniendo allí, si no es, agravando la situación de ruina y miseria de esos países, la pérdida de vidas humanas, y el gastos de miles de millones en sostener una guerra contra el llamado “terrorismo islámico internacional”, que quizá debía haberse abordado de otra forma, más eficaz y menos costosa, a nivel de inteligencia militar, pues está claro que el potencial militar convencional de occidente, no resulta plenamente eficaz, y resulta excesivamente costoso a la larga en su despliegue, razón, por la que la guerra se plantea en esos términos de terrorismo suicida, radical y extremo que socava las bases sociales y económicas de la sociedad occidental, así como los valores en los que se asienta (el amor a la vida, la libertad, el bienestar y el escaso sacrificio), aunque sea a costa de sostener un orden mundial en el que chirrían cada vez más las injusticias de los desequilibrios que generan los intereses de los grandes países y sus corporaciones.
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