Donald
Trump ha ganado las elecciones en los Estados Unidos contra todo pronóstico
hace año y medio;en contra incluso; de los tradicionales dirigentes de su
propio partido, el partido republicano.
El magnate norteamericano, ha usado su mediático polémico carácter, para encontrar eco en las
proletarizadas clases medias y trabajadoras de una sociedad norteamericana
fuertemente golpeada por la crisis que iniciada en 2008, ha traído más
desigualdades, pobreza y exclusión social.
Con
un electorado donde crecen las masas empobrecidas, desencantadas con el sistema
político, económico y social. Hay un voto "irracional" de protesta,
contra el sistema que les lleva a esa situación de NO PERTENENCIA ergo de
exclusión.
Si
la democracia no fuera democracia, sería fácil reprimir y privar de derechos a
los desheredados y excluidos. Pero siendo como es la democracia garante de
derechos fundamentales, y uno de ellos es el de la participación política de la
que es parte el derecho al voto. Cabe esperar, que muchos de esos
desencantados, puedan votar por opciones políticas, opuestas radicalmente, a lo
que representan los partidos tradicionales, asociados a las elites económicas,
financieras y políticas plegadas estas últimas a las anteriores.
El
presidente Obama, intentó aplicar un programa de corte bastante
"socialdemócrata" para minimizar los efectos de la crisis en la
sociedad norteamericana, su propuesta de sistema público sanitario, intentaba
responder a las más descarnadas consecuencias de la desigualdad entre los que
menos recursos tienen, para poder cuidar como mínimo de su salud y la de los
suyos, entre otras muchas iniciativas que limitaron los efectos de la crisis
sobre el empleo. El partido republicano, el partido de Donald Trump, usó su
mayoría en el congreso para limitar la acción política del presidente Obama, y
a su vez, desvirtuar ese proyecto de sistema público sanitario, a beneficio de
las grandes corporaciones que constituyen las aseguradoras privadas y las
farmaceúticas, esas que le negaban el tratamiento a su hijo a ese padre que
protagonizaba Denzel Washington en "John Q" porque su seguro médico
no le permitía pagar el tratamiento que requería para evitar que muriese.
Donald
Trump, que ha capitalizado dicen, el voto de los desencantados en Norteamérica,
de los más golpeados por la crisis, no representa precisamente los intereses de
esos ciudadanos, sino más bien, los de algunas de esas grandes corporaciones y
lobbies más interesadas por hacer negocio, que por el bienestar social de los ciudadanos.
Dicen que ha capitalizado el desencanto social de las clases medias venidas a
menos, con un importante eco mediático facilitado por sus amplios recursos, y
su polémico carácter, para "engañar" a una parte de ese electorado
que se siente vapuleado por la crisis.
Culpabiliza
Trump, a los inmigrantes de quitar el trabajo y precarizarlo, y de incrementar
la delincuencia, inmigrantes que son en muchos casos víctimas de la privación
de derechos, de la explotación y la precariedad laboral. La altanería de Trump
ante México es inadmisible, máxime cuando se trata de un país al que Estados
Unidos arrebató la mitad de su territorio, suelo al que regresan como
inmigrantes ilegales muchos de sus ciudadanos, consecuencia de unas políticas,
que hicieron que México dejase de ser territorio de España para pasar a ser una
colonia de la gran república de Norteamérica de dominante raza blanca
anglosajona.
Dice
Trump que acabará con la globalización económica que ha abanderado en el mundo
su propio país, justo cuando la sociedad norteamericana, el blanco
norteamericano de la América profunda y rural, desconocedor en gran medida del
mundo en el que vive más allá de las fronteras de su condado, y que quiere
llevar un tren de vida superior al del resto de habitantes del planeta por
consumo de recursos. Se ve afectado por la propia medicina del modelo económico
neoliberal auspiciado durante décadas por su país, y del que se ha beneficiado
también tanto esa clase media americana como el propio Trump para amasar su
fortuna.
Un
modelo de globalización el de la llamada PAX AMERICANA, que ha favorecido la
libertad de movimiento de capitales y bienes en busca de las fiscalidades menos
gravosas y la especulación financiera internacional a gran escala. Generando y
agudizando problemas como el de la deslocalización industrial en aras de la
maximización de beneficios, en países con peores condiciones sociolaborales,
donde los trabajadores de allí viven miserablemente y los de aquí se quedan sin
empleo. Para que una minoría acomodada haga negocio incrementando su riqueza,
perdiéndose la finalidad social que tiene también toda empresa, que no es otra
que la generar riqueza, y contribuir a su equidistribución a través de la
creación de empleo en condiciones adecuadas y dignas para el nivel de
desarrollo socioeconómico del país en el que se radican, contribuyendo a
mejorar ese nivel de vida, en aquellos otros que peores condiciones tienen,
favoreciendo con ello el progreso económico y social, una idea ésta
"socialdemócrata" completamente opuesta al neoliberalismo imperante
como modelo económico en los Estados Unidos durante décadas.
Dice
Trump que va a aplicar políticas arancelarias y fiscales que penalicen a las
empresas norteamericanas que saquen la producción del país, con el objeto de combatir
la deslocalización industrial y el desempleo, primando los productos y la
industria americana... Y en España, donde hemos VENDIDO o desmantelado nuestra
propia industria a beneficio de otras empresas de terceros países, eso puede
ser demoledor en términos de generación y mantenimiento del empleo... ¡no me
extraña que Rajoy pronto haya mandado mensajes rindiendo pleitesía al nuevo
emperador americano, que vive en un lujo indecoroso...!.
¿Pero,
es posible que Estados Unidos involucione en la globalización que ha auspiciado
cuando le ha convenido, a pesar de que ha contribuido a generar o incrementar
grandes desequilibrios dentro pero sobre todo fuera de sus fronteras...?.
La
respuesta obvia es que NO, o al menos no fácilmente. Pero sobre todo porque
Trump representa precisamente todo eso, y su discurso, en el que no ha dudado
en mentir y descalificar a sus oponentes, incluso de su propio partido, ha
tenido por objeto decirle a la gente lo que querían oír.
Quiere
Trump hacer una América más grande, mediante un ambicioso plan de renovación de
infraestructuras y obras públicas, bajando impuestos a ricos y a pobres, y
cuadrando las cuentas, ahorrando en las políticas que combaten el cambio
climático, en contra de las minorías y de la inmigración; reduciendo dice, el
papel de los Estados Unidos en la OTAN... ¡Pero claro...!, hacer más grande a
Estados Unidos, pude pasar por defender sus intereses a escala global y seguro
que en perjuicio de otras grandes potencias que pueden verse perjudicadas por
ese proteccionismo de nuevo cuño que anuncia que junto con su actitud y
carácter autoritario, puede traer vientos de guerra, con graves consecuencias
para la paz mundial.
Donald
Trump genera muchas incertidumbres a escala mundial y ha abonado en su propio
país una crispación y una división política, claramente perjudicial para la
democracia americana, del que son reflejo las manifestaciones y disturbios que
se producen en las calles de muchas ciudades del país al día siguiente de las
elecciones presidenciales, por parte de quienes no solo no se sienten
representados por él, sino también OFENDIDOS por sus formas de hacer política.
Unas políticas; además, ciertamente "desconocidas", tras
una campaña crispada, en la que no se debatió sobre el fondo de los problemas.
Sin
duda Trump es el vivo ejemplo de la decadencia de la democracia Norteamericana,
y del neoliberalismo como modelo económico mal entendido y aplicado a escala
global, llevando al mundo al borde del colapso económico ya en 2008.
El mundo necesita de políticas diferentes a las
que quiere llevar a cabo Trump, pues
son una involución hacia viejas fórmulas, que lejos de funcionar en el complejo
mundo actual, puede sumar otros problemas de alcance y gravedad no imaginados.
Pero lo que sí está claro, es la desafección de buena parte de la ciudadanía
con los viejos partidos, sus viejas formas de hacer política y su incapacidad
para dar respuesta a los problemas de raíz económico en sociedades democráticas
avanzadas, como supuestamente lo es, a pesar de que Trump haya resultado
elegido, la sociedad norteamericana.
La
globalización económica tiene difícil reversión, lo que hay que hacer, es
avanzar en la globalización de la democracia y de los derechos sociales y
laborales allí donde no existen o se obvian, desde el respeto a la
idiosincracia de las naciones y su cultura, y hacerlo en términos de
sostenibilidad no solo en orden a lo político, económico y social, sino también
ambiental. Lo contrario no llevará al colapso económico y ambiental, y a una
involución política, social y cultural a escala global. La democracia
americana, como Roma lo fue en su día, es la antorcha encendida que ilumina los
valores de la civilización occidental, su crisis, es también la nuestra.
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